MI DESIERTO

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Seguramente alguna vez, leyendo el Éxodo por ejemplo, habrá pensado que «esos hebreos si eran tercos, engreídos, falsos, impacientes, fáciles de convencer por el enemigo, como no obedecer ciegamente a Dios, que torpes, ¿cómo es posible que hayan necesitado 40 años para cruzar un desierto que en días hubieran logrado atravesar y todo esto después de haber presenciado las maravillas que llevó a cabo Dios para sacarlos de Egipto, incluyendo el impresionante partir de las aguas del Mar Rojo, y… la nube de día o la columna de fuego de noche que les guiaba, el maná, los pajaritos, el agua y quien sabe cuantas cosas más?«. Al leer tantos pasajes en que el Antiguo Testamento se refiere la desobediencia del pueblo escogido, seguramente nos habrá asaltado alguna vez un pensamiento de este tipo. ¿verdad?

Le tengo una sorpresa, no son los hebreos dueños exclusivos de esas características, somos los humanos que somos torpes; y nos creemos autosuficientes, que podemos hacerlo todo por nosotros mismos; y además, con el tiempo hasta buscamos explicaciones racionales para esas “inexplicables” situaciones en que recibimos “maná”, pero todavía más, nos creemos merecedores de todo lo bueno que nos pasa; decimos ser previsivos, que siempre vamos un paso por delante de los acontecimientos, incluso del pecado, y la realidad es que no vemos más allá de nuestra nariz y somos sorprendidos, por ellos dos de cada tres veces; nos ufanamos de tener una excelente memoria, será tal vez para asuntos banales, como recordar quien nos “ofendió”, pero la mayoría de las veces, en el tiempo, ya no recordamos “que, cuando y como ” lo hizo. Y si se trata de Dios, con que facilidad el tiempo borra Sus grandezas en nuestra vida.

Para todo lo importante, lo espiritual, nuestra relación con Dios, somos ignorantes, ineptos, simplemente porque juzgamos todo bajo la lupa de la carne. Por ejemplo, a lo mejor nos hemos escuchado decir «A decir verdad, soy una persona humilde«, hasta que de pronto nos sorprendemos hablando de lo bueno que somos, como personas, o en esto o aquello, o del carro que tenemos, o de las posesiones, etc. , e incluso hasta diciéndolo como testimonio, y nuestro oyente ¿No tiene el derecho a preguntarse por qué él no? Es más, podemos estar empujando a un buen hermano a pecar, por juzgar a Dios o, dudar de Su justicia, peor, dudar de su existencia. Ay de la carne. Nada de lo que hagamos en ella es bueno realmente.

Si, nada de lo que hagamos por nosotros mismos está bien, no nos engañemos. ¿suena fuerte? Sí, es fuerte, nada de lo que me pueda vanagloriar es bueno, aunque en apariencia sea bueno. Solo las cosas que hacemos en el espíritu, tienen auténtico valor, aquellas cosas que reconocemos que no vienen de nosotros. Todo ha de venir del Señor, si tenemos la inclinación a hacer algo, debemos pedir orientación, conocer su voluntad. Hay un libro, que en su título, resume todo, “Los peligros del lado bueno del alma”, entendiendo que tenemos cuerpo (lo tangible, lo sensorial), alma lo intangible que le da vida al cuerpo y del que forma parte nuestra mente, y nuestro espíritu, que debería mandar sobre cuerpo y alma, pero que desde la caída de Adán, por la inmediatez de las sensaciones, de los sentidos y la importancia que toman, no es así.

¿Y sabe que es lo peor de todo?, que la mayoría de las veces no caemos en cuenta de ello, y esa mayoría de veces caemos tan fácil, es más, si nos llegamos a percatar alguna vez de lo que hicimos, puede que sea mucho después. Más ejemplos? ¡Qué buen sermón!, una frase así podría hacer caer al mensajero y olvidar que es tan sólo eso, el mensajero, y sentirse orgulloso de aquello que no le pertenece. ¿más fácil?

La excepción para confirmar la regla: “…al terminar, alguien se acerca y comenta, –Predicador, el mensaje estuvo excelente– a lo que rápidamente responde, consciente de no ser el dueño del mérito, –si, eso me acaba de decir el diablo, cuando bajaba del púlpito–” esto cuentan de John Bunyan.

He visto en mí, casi cada falta que alguna vez haya señalado con horror o no, bien para mis adentros, o peor aún, porque en lugar de intentar corregirle, fui falto de compasión al comentarlo con un tercero, esa compasión que pedimos cuando somos nosotros los que estamos en el estrado. Aquí hay un versículo que deberíamos recordar, Mt 7:1 que replica Lc 6:37 «No juzguéis para que no seáis juzgados»

Si somos tentados o hacemos algo con el lado malo del alma (pecamos), lo reconocemos de inmediato, es muy fácil de identificarlo como malo (mentira, lascivia, promiscuidad, ira, gula, avaricia, homicidio, etc.), pero si estamos haciendo algo “bueno” en la carne (carne, como expresión contenedora de cuerpo y alma), es más difícil de identificar.

La carne siempre busca su propia satisfacción, mientras que el espíritu busca la satisfacción divina. Hacer de “bueno” tiene sus beneficios y satisfacciones carnales, así que “date por bien pagado”. Quien hace lo bueno en el espíritu, no busca la satisfacción carnal, es más, reprende al que desde la carne lo hace, como leímos más arriba de Bunyan.

A usted, que ha recibido este mensaje como suyo, que ha sentido que le hablaban directamente, que se ha identificado en situaciones similares, le pido que ore conmigo:

Señor, me arrepiento de todos mis pecados y del dolor que te causé con ellos, te acepto como mi único Salvador, te he buscado, quiero ser tu morada…, sentir que vives en mi…, que recibo tu palabra de tu boca…, y tanto amor que rebose y llegue a los que me rodean; pero sé que soy duro de corazón, son años enfrentando al mundo y viviendo en él, en la carne, es lo que he hecho desde siempre, y cuando creía haber logrado tener comunicación fluida contigo, la perdía porque sin darme cuenta volvía a la carne, porque es fácil confundir las cosas «buenas» de la carne con actitudes del espíritu y cuando te enteras, estás totalmente fuera de nuevo.

Porque me apropié de tus créditos, incluso en rebelión exclamando que sin mi participación, no podías haberlo hecho, ¡Qué blasfemia! Cuando tu bendición fue permitir que mis actos tuviesen buen resultado. Sólo por Ti es posible.

Tantos años «dando vueltas en el desierto, mi desierto» creyendo que ya está todo hecho, en un momento convencido de que ya, para que al siguiente minuto me asalte la duda, la angustia de quien no se siente a salvo.

Sé que soy débil de fe, sé que no basta con querer, pero también sé que eres Todopoderoso, no hay nada imposible para Ti y te lo pido, mi Señor, guíame por este valle de lágrimas, y haré tu voluntad. Contigo nada temeré.

PREDICAD

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